Reflexiones
La reflexión de hoy: El Rey Midas
Había una vez un rey muy bueno que se llamaba Midas.
Sólo que tenía un defecto: que quería tener para él todo el oro del mundo.
Un día el rey midas le hizo un favor a un dios. El dios le dijo:
-Lo que me pidas te concederé.
-Quiero que se convierta en oro todo lo que toque - dijo Midas
-¡Qué deseo más tonto, Midas! Eso puede traerte problemas, Piénsalo, Midas, piénsalo.
-Eso es lo único que quiero.
-Así sea, pues - dijo el dios.
Y fueron convirtiéndose en oro los vestidos que llevaba Midas, una rama que tocó, las puertas de su casa. Hasta el perro que salió a saludarlo se convirtió en una estatua de oro.
Y Midas comenzó a preocuparse. Lo más grave fue que cuando quiso comer, todos los alimentos se volvieron de oro. Entonces Midas no aguantó más. Salió corriendo espantado en busca del dios.
-Te lo dije, Midas - dijo el dios-, te lo dije, Pero ahora no puedo librarte del don que te di. Ve al río y métete al agua. Si al salir del río no eres libre, ya no tendrás remedio.
Midas corrió hasta el río y se hundió en sus aguas. Así estuvo un buen rato. Luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas.
¡Midas era libre! Desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió tranquilo como el campesino más humilde
¿Cuántas veces oímos a personas que hablan de lo felices que serán cuando les toque la lotería? Quieren creer que la riqueza les va a resolver todos sus problemas. No obstante, oímos con igual frecuencia que los ganadores se sienten más desgraciados que nunca, quizá porque han perdido a todos sus amigos y no pueden confiar en el amor y en la lealtad de los demás. Las riquezas no traen automáticamente la desgracia. Pero tampoco traen automáticamente la felicidad, a menos que la persona sea capaz de mantener determinada compostura ante las riquezas y la vida y una cierta capacidad de satisfacción en la vida diaria. Finalmente, la historia del rey Midas no trata sobre los supuestos males de la riqueza, sino sobre el poder que tiene la codicia para congelar y alterar todo lo que experimentamos como bello y preciado.
Sólo que tenía un defecto: que quería tener para él todo el oro del mundo.
Un día el rey midas le hizo un favor a un dios. El dios le dijo:
-Lo que me pidas te concederé.
-Quiero que se convierta en oro todo lo que toque - dijo Midas
-¡Qué deseo más tonto, Midas! Eso puede traerte problemas, Piénsalo, Midas, piénsalo.
-Eso es lo único que quiero.
-Así sea, pues - dijo el dios.
Y fueron convirtiéndose en oro los vestidos que llevaba Midas, una rama que tocó, las puertas de su casa. Hasta el perro que salió a saludarlo se convirtió en una estatua de oro.
Y Midas comenzó a preocuparse. Lo más grave fue que cuando quiso comer, todos los alimentos se volvieron de oro. Entonces Midas no aguantó más. Salió corriendo espantado en busca del dios.
-Te lo dije, Midas - dijo el dios-, te lo dije, Pero ahora no puedo librarte del don que te di. Ve al río y métete al agua. Si al salir del río no eres libre, ya no tendrás remedio.
Midas corrió hasta el río y se hundió en sus aguas. Así estuvo un buen rato. Luego salió con bastante miedo. Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas.
¡Midas era libre! Desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y ahí murió tranquilo como el campesino más humilde
¿Cuántas veces oímos a personas que hablan de lo felices que serán cuando les toque la lotería? Quieren creer que la riqueza les va a resolver todos sus problemas. No obstante, oímos con igual frecuencia que los ganadores se sienten más desgraciados que nunca, quizá porque han perdido a todos sus amigos y no pueden confiar en el amor y en la lealtad de los demás. Las riquezas no traen automáticamente la desgracia. Pero tampoco traen automáticamente la felicidad, a menos que la persona sea capaz de mantener determinada compostura ante las riquezas y la vida y una cierta capacidad de satisfacción en la vida diaria. Finalmente, la historia del rey Midas no trata sobre los supuestos males de la riqueza, sino sobre el poder que tiene la codicia para congelar y alterar todo lo que experimentamos como bello y preciado.
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